La motricidad,
educación física, educación por el movimiento, educación
corporal, educación físico-deportiva, o cómo quiere denominarse
desde cada uno de los diferentes puntos de vista y por los distintos
científicos y estudiosos de la actividad física humana, ha pasado
en muy pocos años de ser considerada un elemento de tercer orden, un
simple pasatiempo de niños y mayores, a ser
entendida como una
parte
importante de la formación integral de la persona, tanto en la
educación formal desarrollada en la escuela, como en otras parcelas
informales del desarrollo del ser humano (Moreno,
1999).
Gil et al.
(2008:160) argumentan que cuando las ciencias humanas estaban regidas
por el paradigma dicotómico, que entendía al hombre como resultado
de la adición de dos elementos: psique y soma, parecía
incuestionable que la competencia del profesor de educación física,
como su propia denominación indicaba, se refiera, exclusivamente, a
la parte material, al soma, al cuerpo. Muy pronto, en Francia desde
el ámbito de la medicina y, más tarde, desde la psicología,
surgirán aportaciones diversas bajo el apelativo genérico de psico
educación física. Tras la denominación del término “psico
educación física” se acogen multitud de concepciones, que muchas
veces no son más que distintas matizaciones teóricas sobre un mismo
compromiso central. Sin embargo, todo parece indicar que los nuevos
planteamientos con los que se aborda el siglo XXI se interesan más
por una perspectiva holística, global, integral y conductual,
llámese educación física o actividad física, abandonando las
perspectivas analíticas.